Duque vs. Maduro: ¿Nueva Crisis en el Horizonte?
Las relaciones entre Venezuela y Colombia han tenido tiempos buenos, de concordia, amistad y buena vecindad, y tiempos hostiles, complicados y de espaldas a los 2.219 kilómetros de problemas que compartimos.
En el siglo 20, la mejor década fue la de los años noventa, donde a través de los mecanismos creados por el Acta de San Pedro Alejandrino, las comisiones negociadoras y el marco de la globalidad, construimos como nunca antes una relación estable y segura en el comercio, comunicaciones, infraestructuras, y encontramos la ruta para el establecimiento de medidas de confianza mutuas en materia de seguridad y defensa. Pasamos de la confrontación verbal y física de 1952 (Crisis de los Monjes); 1971 (Crisis del Almirante Padilla); y 1987 (Crisis del Caldas) a la cooperación, la integración y el encuentro. Con la desgolfización de las conversaciones, avanzamos.
La llegada de Hugo Chávez al poder en 1998, trastocó para siempre ese marco de opciones y acciones consensuadas y legalizadas. La posición de “neutralidad” frente a las FARC, la imposición de medidas unilaterales al transporte multimodal, violando los acuerdos de integración; la negociación secreta de un pre-acuerdo de delimitación a espaldas de una parte de la CONEG en 2007 descubierta por el insigne defensor de la causa nacional Francisco Javier Nieves-Croes; la ruptura de las relaciones diplomáticas en 2010 y, finalmente la salida de Venezuela de la Comunidad Andina en 2011 acabaron con todo lo construido.
La llegada de Santos en 2010 abrió un nuevo capítulo donde los intereses personales de éste encontraron una buena acogida en Chávez: el proceso de paz con Venezuela como proveedor logístico de las conversaciones en La Habana. Pragmatismo del primero en la búsqueda del Nobel — que a la postre logro y vítores para el segundo como aliado de las FARC-EP. Sin embargo, esa relación personalísima entre ambos mandatarios no se tradujo en mejoras de los aspectos comerciales, de vecindad y mucho menos de seguridad y defensa. La relación entró en barrena luego de que la Canciller Holguín lograra cobrar la deuda de los exportadores colombianos y estos decidieran apostar por la Alianza del Pacifico como mercado primario. Y Santos enfocado en la paz a cualquier costo volteó la mirada para no enfrentarse a Chávez.
El pacto de Santa Marta — del que escribimos en 2010 — estaba funcionando. Pero la muerte de Chávez en 2013 y la llegada de Maduro en nada cambiaron la férrea voluntad de Santos, nada podía perturbar el desarrollo del proceso de paz, ni los 3.000 detenidos, 65 muertos y heridos de las protestas de 2014, lo movieron un ápice de su posición.
Solo el cierre de la frontera en agosto de 2015 y las imágenes de colombianos cuyas viviendas eran destruidas por tractores y expulsados cruzando el rio con sus enseres a cuestas hizo que el pragmatismo se guardara un rato para reclamarle a Maduro, no muy duro, no muy fuerte, la Habana era más importante. Para 2017, con la grave violación de derechos humanos en Venezuela, ya el Nobel se sintió libre de expresarse y ordeno el retiro del embajador.
Atrás quedaron las relaciones de complementariedad económica, las cadenas de valor de las fábricas a uno y otro lado de la frontera entre Táchira y Norte de Santander. Ni una palabra sobre la COMBIFRON y mucho menos sobre la CONEG, adiós a los acuerdos, aranceles, tarjetas de movilidad fronterizas, dragado de las cuencas compartidas y operaciones combinadas para defendernos de la guerrilla, los paracos, los elenos, y todos los grupos irregulares. La frontera se “cerro”, en los pasos legales. Pero siendo porosa y extensa es un colador por donde pasa: gasolina, productos regulados de la cesta básica, papel moneda, medicinas, drogas y ahora, ciudadanos venezolanos a pie huyendo con dos maletas y un propósito: comer.
La llegada de Iván Duque Márquez a la presidencia de Colombia nos obliga a reflexionar sobre el futuro de la relación binacional. Desde la campana fijó su posición, anunciando que una vez posesionado acompañaría los esfuerzos de la OEA y la ONU para que se inicie el proceso ante la Corte Penal Internacional, así mismo, que no designaría embajador en Venezuela porque desconoce al régimen emanado de las elecciones del 20 de mayo, vale decir, no reconoce a Maduro.
En este contexto, es lógico pensar que vienen tiempos conflictivos, agrios y de mucha hostilidad. La ruptura de relaciones diplomáticas gravita en el ambiente, así como un nuevo “cierre” de las fronteras desde Venezuela. Si hay algún incidente con los cuerpos de seguridad y ante la inexistencia de mecanismos formales o ad hoc de verificación, este puede convertirse en detonante de otras acciones: movilización de tropas, escaramuzas: cosa que nadie desea y que deben evitarse a toda costa.
La geografía nos obliga a permanecer unidos, la vecindad reforzada con la llegada de 1 millón de venezolanos a Colombia nos demanda prudencia, templanza y serenidad. Este divorcio con hijos que es nuestra relación binacional transita uno de sus peores capítulos. Quizás en Nariño se actué con base a esas tres premisas desoyendo los tambores de guerra e ignorando las amenazas, pero no estamos si en Miraflores siquiera los reconozcan.
por Maria Teresa Belandria, becaria Fulbright en el Centro William J. Perry del National Defense University en Washington, DC. Síguela en Twitter: @matebe (Lee otro artículo por @matebe aquí.)
Foto cortesía de SOUTHCOM